FERNANDO LUGO: PODER TERRENAL
ANTONIO ÁLVAREZ DE LA ROSA
Uno de los componentes de The Beatles escandalizó a los biempensantes cuando dijo que su grupo musical era más conocido en el mundo que Jesucristo. Y tenía razón, estadísticamente hablando. Sin embargo, el poder terrenal de los melenudos de entonces era y es muy inferior al que tiene el Vaticano como delegado del hijo de Dios. La fama mediática y los millones de seguidores de los de Liverpool no tuvieron en sus manos la fuerza de la iglesia católica en tantos lugares del mundo y desde hace tantos siglos. Hay instituciones que tienen más autoridad en la Tierra que Dios en los cielos, el dios omnipotente del orbe católico, el creador de todas las cosas, el Supremo Hacedor y cuya sede central de Roma es el auténtico ombligo de ese mando vicario. Dios ordena y el Papa ejecuta entre nosotros, los mortales. Se desconocen –al menos, yo– los canales de comunicación entre el espacio sideral y los despachos romanos, pero funcionan, ya lo creo que funcionan. Ejemplos no faltan en la historia. Cuando hubo que hacerlo, se anuló a Galileo, a Copérnico o a Kepler porque desmontaban la escenificación bíblica (Respecto al primero, conviene recordar que en 1992 el actual Papa, a la sazón Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe –el Santo Oficio para entendernos–, afirmó que la sentencia contra Galileo fue razonable y justa y que solo por motivos de oportunismo político se legitimaba su revisión). O a Darwin que, desde la humildad del científico, demostró que, detrás del cartón piedra, estaba la selección de las especies. Entre otras cosas, ya se sabe, que somos primos hermanos de los monos, incluso que, en ocasiones, la selección natural no ha dado buenos resultados, como lo demuestra la existencia de especímenes montaraces en forma de ciertos cardenales españoles, que hemos tardado miles de millones de años para que el mundo se conformara tal y como lo conocemos, que los seis días de la creación es una metáfora muy aprovechadita por los listos de la curia.
La iglesia católica tiene más poder que el de la dictadura más siniestra. Tras, por ejemplo, la barbarie del gobierno militar de Argentina, se pudo llevar ante los tribunales de justicia a algunos de sus responsables. O sea, se conoció y reconoció que, al menos, algunos responsables de tamañas crueldades tenían nombre y apellidos. Sin embargo, la demostración de los delitos de pedofilia, cometidos en colegios, orfanatos, reformatorios y hospitales católicos de Irlanda, la humillación ejercida sobre miles de niños, la prueba documental de viles abusos sexuales, físicos y psicológicos desde los años 30 hasta hace una década, se va a reducir a una indemnización de 128 millones de euros, una pequeña cantidad comparada con los mil doscientos que ha de pagar el Estado irlandés. Además y como una demostración de la omnipotencia de la iglesia católica, ni un solo nombre de los responsables aparece mencionado en el informe que, tras nueve años de trabajo, se acaba de dar a conocer. Ese incalculable daño, ese cúmulo de envilecimientos quedará en una mancha, sí, pero abstracta. Todos somos iguales ante la ley penal, pero unos más que otros. Es curioso que el delito de pedofilia, esa aberración que salpica las pantallas de Internet, se vea castigado de vez en cuando, perseguido por todas, o casi, las policías del mundo y, sin embargo, una masiva y continuada violencia contra los más elementales derechos del menor se ve minimizada de esta manera. La impunidad de la iglesia católica aquí, allá y acullá solo es posible desde el imperio de un lavado de cerebro al que está sometida una gran parte de la ciudadanía y, desde luego, desde la connivencia del poder civil. En mayor o menor grado, unos y otros, clérigos y seglares se aprovechan –interactúan, diríamos ahora– para que el poder celestial sea de lo más terrenal.
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