Si algo ha demostrado Fernando Lugo en sus primeros cien días de gobierno, ha sido su desprecio por los partidos y en particular, su ingratitud hacia el Partido Liberal.
A casi cuatro meses de haber asumido el poder el obispo Fernando Lugo se dignó, por primera vez, a convocar a los presidentes de partidos políticos a una reunión.
Durante todo este tiempo que esperó para realizar la convocatoria, aferrado a su equipo de oportunistas funcionarios de ONGs derechistas, ha demostrado un soberbio desprecio por los partidos en general y en particular, una irritante ingratitud hacia el Partido Liberal.
LA ALTERNANCIA, MÉRITO DEL PARTIDO LIBERAL
Aunque el fin de los 61 años de hegemonía del aparato clientelista del estado teñido del signo político colorado ha tenido diversas interpretaciones, y complejas y múltiples causas, es imposible restar méritos a la estrategia y la actitud de la dirigencia y el electorado del Partido Liberal, verdaderos artífices fundamentales de la resonante victoria popular del 20 de abril.
Superando a las propias limitaciones y a la misma historia, fueron sus dirigentes quienes con estoicismo y el espíritu templado, soportaron la conducta anárquica del abigarrado conglomerado de “aliados”, inclusive con la grandeza de no excluir a quienes restaban más votos de los que sumaban.
Un recordado maestro del periodismo paraguayo decía que despotricar contra los liberales era considerado por muchos paraguayos como una receta mágica, desprovistos como estamos del don de la objetividad. Frente al partido Liberal sólo se admitía, según Humberto Pérez Cáceres, condenarlo con los juicios más severos o elogiarlo sin tasa ni medida. El liberalismo era la doctrina antinacional, causante de todos nuestros males, o evangelio de la libertad y palanca del progreso, pero nunca un tema que podía enfocarse con medias tintas.
Uno de los prohombres de la estructura que se desplomó el 20 de abril, J. Natalicio González, llegó a decir que nuestra política se trataba de luchas entre paraguayos y liberales.
¿Agoniza el liberalismo? Se preguntaba Eusebio Ayala en la década de 1930, y él mismo se contestaba: hay algo que oponer a la agonía, y es el sentimiento de libertad arraigado en el corazón del hombre. Ese fue el secreto guardado que posibilitó esta estruendosa resurrección liberal en abril, luego de haber atravesado etapas tan difíciles como un régimen militar adverso, durante el cual el mismo dictador una vez reconoció que hacía fraude en favor de los candidatos a parlamentarios del Partido Liberal.
Cuando hacia 1928 Asunción era un hervidero por la polémica suscitada en torno a la creación del arzobispado, el entonces liberal Anselmo Jóver Peralta, quien luego sería ideólogo del febrerismo, se oponía con vehemencia en la Cámara de Diputados calificando la iniciativa como una conjura retrógrada y gravosa para el escuálido tesoro público. Desde la barra, un líder católico le gritó que siempre sería menos gravosa que una revolución, a lo que replicó Jóver Peralta que estaba en lo cierto, pero que la humanidad no tenía deudas con ningún arzobispado y mucho menos le debía los sagrados derechos del hombre.
Con un razonamiento paralelo, la campaña liberal que triunfó el domingo pasado lo hizo porque coherente y auténtica, nuevamente puso en el centro del sistema cultural a las libertades civiles, la tolerancia con las demás doctrinas políticas, la sana competencia en el campo del pensamiento y la acción, el ataque calculado a los señores feudales de la reacción, la exaltación de la dignidad de todos los compatriotas.
A esta campaña que fue un verdadero poema a la coherencia con los propios principios y las ideas, la contraparte respondió con una dialéctica del año 1947, un discurso tan anticuado y sectario como el legionarismo y el lesseferismo que defendían los liberales que cayeron en febrero de 1936, incapaces de reaccionar coyunturalmente de cara a la historia.
Se malograron así, invocando un fanatismo vacío de contenido, las posibilidades de una candidata digna de mejor suerte, que con altura exhibió en el momento culminante un espíritu democrático y una madurez cívica inusuales entre los suyos.
El discurso pluralista que desecharon los colorados fue recogido por el Partido Liberal, que haciendo honor a su ideología permitió la expresión de un abanico de movimientos que abarcaron todo el espectro político, actitud que honró a la agrupación y que el pueblo premió atiborrando las urnas en beneficio de la alternancia.
Muchos de los grupos no liberales que teóricamente apoyaron al candidato ganador, pero que en realidad pusieron en riesgo el tan necesario y anhelado paso para la democracia paraguaya que se dio en abril, hoy con insólita impavidez, aparecen en espacios de la prensa reclamando la herencia de un triunfo que no les pertenece, de una victoria en la que no han tenido parte, tras una campaña cuyo sosiego perturbaron y cuyo desenlace comprometieron con su errática conducta.
Muchos de estos grupos que el liberalismo toleró con grandeza y estoicismo, como el Pmas, incluso se permiten lapidarias sentencias antiliberales mientras otros tales como el Partido Febrerista o Demócrata Cristiano, incluso sacrificaron la personería de sus propios partidos, los cuales hoy han desaparecido legalmente sacrificados ante el altar de la victoria liberal.
A quienes hoy se han envuelto en escandalosos hechos de público conocimiento, tras haber sido nombrados en forma desatinida en esos cargos por soberbia e ingratitud, tras haber malogrado una magnífica oportunidad para el socialismo dispersando votos por vanidad y egolatría, debe recordarse su deber de cumplir con su palabra, aunque no haya sido sincera, de que hacían lo que hacían por la patria, no comprometer el futuro del país y dejar gobernar al partido Liberal.
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