El intento de partidización de las Fuerzas Armadas por el gobierno de Fernando Lugo torna Posible vuelta de dictaduras militares, opina el Abogado Nicolás Russo
Muchas naciones latinoamericanas están viviendo un proceso de democratización que surge de la negación del reciente pasado representado por dictaduras militares.
En ese sentido, la amenaza del retorno de los militares al poder puede ser interpretada como la atracción que ejerce la posibilidad de regreso a la condición nacional originaria: a la de la fusión entre Estado y Ejército, a aquel pasado en donde las leyes no eran promulgadas, sino simplemente "dictadas".
Ya sea como fuerza armada de contención oligárquica frente al avance de masas irredentas (en la mayoría de los casos); ya sea como poder autónomo en el Estado, ya sea en su forma militar populista (Velasco Alvarado en Perú (1968-1975), Alfredo Stroessner (1954-1989), Juan José Torres en Bolivia (1990-1991), Omar Torrijos en Panamá (1968- 1978), entre otros) lo cierto fue que en América Latina tuvo lugar una entrada no sólo tardía, sino además incompleta a la modernidad.
En efecto, como consecuencia del predominio de los militares en el poder, la modernidad latinoamericana tomó la forma de una "modernización sin democratización" que es lo que diferencia el desarrollo histórico de las naciones latinoamericanas con las europeas, particularmente después de la segunda guerra mundial.
En gran medida, dicha incompleta entrada tuvo sus orígenes en una situación adicional, determinada por el orden geopolítico mundial vivido durante el período de la Guerra Fría. Pero la Guerra Fría fue solamente fría en Europa y USA, porque en su forma caliente tuvo lugar en diferentes regiones del llamado "Tercer Mundo".
América Latina fue uno de esos escenarios de guerra y ella se dio a partir de la confluencia mencionada entre reivindicaciones sociales y las ambiciones soviéticas tendientes a ocupar posiciones en "la periferia" luego de que Stalin fracasara en su proyecto de anexar toda Europa. Porque una de las características esenciales del avance del imperio soviético en el Tercer Mundo fue la de utilizar legítimos movimientos anticoloniales de liberación, o simplemente movimientos populares.
Así ocurrió en el Medio Oriente, en África, en el Sudeste asiático y también en América Latina.
Una revolución como la cubana, por ejemplo, nunca habría sido posible en un escenario que no hubiese estado marcado por los signos de la Guerra Fría.
En ciertos casos fueron las propias oligarquías agrarias las que emprendieron el proyecto industrialista, jugando los militares el rol de mediadores entre diversas fracciones en el poder (caso argentino).
En otros casos, la modernidad industrial surgió cono consecuencia de una ruptura radical entre los movimientos insurgentes con el orden agrario tradicional (México).
Rara vez se produjo la combinación entre Estado, movimientos populares y partidos políticos con exclusión de las fuerzas armadas (quizás Chile hasta 1973).
En Brasil, en cambio, después del derrumbe de los populismos de Vargas (1930-1945; 1950-1954), Quadros (1961) y Goulart (1961-1973), los propios militares intentaron liderar el proceso de modernización industrial jugando el papel de, como se decía en los años setenta, "burguesía nacional uniformada".
Hubo incluso países en donde se produjo la fractura con el orden post-colonial sin que de ahí surgiera ningún proceso modernizador, ni en la economía ni en la política. Este fue el caso de Bolivia, país que en materia de golpes militares posee el record mundial.
Incluso, y de modo tardío, los generales peruanos, con Velasco Alvarado (1968-1975) a la cabeza, pretendieron realizar una curiosa síntesis entre nacionalismo, movimientos de masas, populismo y dictadura militar.
Todas las combinaciones nombradas (y hay muchas otras) no permiten en consecuencia dibujar un solo modelo de dominación política militar en América Latina.
Han habido, y probablemente seguirán habiendo generales latifundistas, modernizadores, nacionalistas, socializantes, desarrollistas, neoliberales, populistas etc.
Lo único que no vamos a encontrar, porque es un contrasentido, son generales democráticos, por lo menos no, cuando ocupen el Estado.
Los militares en el poder, independientemente a ideologías, proyectos, modelos y locuras, han sido resultado de la precariedad del desarrollo político latinoamericano, precariedad que esos mismos militares han acentuado notablemente.
La Guerra Fría, es cierto, dio a los militares latinoamericanos dos impulsos.
El primero: una ideología negativa de poder: el anticomunismo, basado en la amenaza hipotética o real del avance comunista.
El segundo: un considerable apoyo norteamericano en el marco de "la guerra del tercer mundo" en contra de la hegemonía pro-soviética. Después del fin de la Guerra Fría esos impulsos ya no existen, lo que ha facilitado la tardía democratización en el continente.
Pero eso no significa que el peligro del retorno de los militares ha desaparecido.
Ese peligro existirá mientras haya dos condiciones históricas que siguen prevaleciendo.
Por una parte, el bajo grado de tradición democrática de la mayoría de la población latinoamericana.
Por otro lado, que dentro de los estamentos no políticos, las fuerzas armadas siguen siendo una de las instituciones con mayor cohesión interna. Después de la Guerra Fría co-gobernaron con Fujimori en el Perú. En la Venezuela de Chávez ya ocupan los comandos claves del poder.
Las ideologías nunca faltan, más bien sobran, cuando se trata de realizar la utopía militar de cada ejército: la despolitización radical de las naciones.
Demás está decir que una de las tareas de la transición política implica convertir esos poderes antipolíticos, no en políticos – la llamada politización de las fuerzas armadas no es posible, porque esas fuerzas están armadas, y la práctica política implica la exclusión de las armas – sino que en a-políticos.
Pues no todos los poderes que constituyen un orden nacional son políticos, ni tampoco deben serlo.
La sociedad totalmente politizada es un sueño totalitario, tanto como el de la sociedad no política que imaginaron generales como Stroessner, Videla o Pinochet.
Las estructuras familiares, culturales, religiosas, empresariales, sindicales, etc. representan núcleos no políticos de poder.
Y a esos núcleos han de ser integradas las fuerzas armadas.
Es esa una tarea, quizás una de las más importantes en la agenda de la democratización intercontinental.
Cuando la ausencia de politicidad es manifiesta, o cuando las estructuras políticas han sido destruidas (a veces por los propios políticos) suele ocurrir, y ha ocurrido, y no sólo en América Latina, que poderes no políticos ocupen el lugar reservado al poder político.
Ya establecidos en ese lugar, realizan, aunque sea una paradoja, una política de la antipolítica que es la que sin excepción caracteriza a todas las dictaduras en cualquier lugar del mundo.
No obstante, como las dictaduras militares no pueden gobernar sólo de acuerdo con la lógica del poder militar, tienden a asociarse con otros poderes no políticos, en contra del enemigo común: la política y los políticos.
En Europa, en especial en España y Portugal, las dictaduras militares franquista y salazarista se unieron con poderes religiosos a fin de afianzar su legitimidad.
En algunos países latinoamericanos han habido intentos similares, como el de Ríos Montt (1982-1983) con las iglesias pentecostales en Guatemala, entre otros, pero generalmente han tendido a unirse con los llamados poderes económicos, ya sea nacionales o internacionales.
Las últimas dictaduras militares del Cono Sur fueron no sólo militares, sino que además económicas, es decir, directamente asociadas a corporaciones empresariales nacionales y extranjeras.
Ahora bien, puede darse el caso, y eso está a punto de ocurrir en diversos países, que en una situación histórica en que los ejércitos carecen de legitimidad social, los poderes económicos tiendan a autonomizarse y ocupen, a veces de modo subrepticio, el lugar que le corresponde al poder político.
Ese es, sin duda, otro de los peligros más notorios en los actuales procesos de transición democrática en América Latina.
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