(LUIS AGÜERO WAGNER) New York, una ciudad que ha sido víctima de ataques terroristas perpetrados por fundamentalistas religiosos, recibe este fin de semana a un especimen de esa misma especie, el clérigo-presidente Fernando Lugo.
Tanto Fernando Lugo como sus seguidores han dado suficientes muestras de su fundamentalismo durante el proselitismo, con sus amenazas y la forma totalitaria en la que buscan silenciar a la disidencia e imponer su voluntad política como única alternativa posible al Paraguay.
Se sabe que el Fundamentalista es en el fondo un intransigente, por ello actúa como factor creador de conflictos y como enemigo del progreso, especialmente si se trata de avanzar en negociaciones, hecho que explica la actuación de la caterva de monaguillos que rodea al clérigo-marxista Fernando Lugo.
No estaría demás advertir sobre el peligro que implica el accionar de estos fanáticos, más aún si consideramos que el aprovechamiento de la religión en función de la política como conducto de “liberación de los oprimidos” es hoy en día la principal coartada para volar estaciones de trenes, estrellar aviones de pasajeros contra rascacielos de Nueva York, enviar sobres conteniendo ántrax o volatilizar autobuses londinenses. Para colmo, nuestros integristas criollos no han ocultado sus intenciones contenidas dentro del esquema maoísta que “la guerra revolucionaria se libra fuera del legalismo”, y han llamando a la yihad a sus seguidores en caso de cumplirse la cláusula constitucional que impide a un religioso postularse para presidente, amenaza que amerita cuando menos que nuestras autoridades encarguen una investigación al respecto a la analista Milda Rivarola.
Debo añadir que resulta lamentable y desalentador ver por estas playas a una caterva de politiqueros corruptos defendiendo y queriendo aprovecharse del opio de los pueblos, y de creencias morales de tiempos anteriores a la ilustración, con un apasionamiento digno de monaguillos que fueron abusados por el cura de la parroquia y quedaron prendados de él, agitando irresponsables sus arcaicas banderas a través de una presión política conjugada con el fundamentalismo religioso.
EL FUNDAMENTALISMO CATÓLICO
En 1993 Joseph Ratzinger publicó su libro “El fundamentalismo islámico” donde abordaba desde la óptica conservadora el problema de la instrumentalización de las energías religiosas en función política, tema de vigencia por estas playas desde que el cantinflesco obispo jubilado Fernando Lugo se tomó en serio la propaganda de la tendenciosa prensa local, que lo presentaba fantasiosamente como el nuevo fenómeno político del ambiente.
Esclarece Ratzinger que el aferrarse fanáticamente a las tradiciones religiosas se vincula en muchos sentidos al fanatismo político y militar, en el cual la religión se considera de forma directa como un camino de poder terrenal. También puntualiza el error de trasponer el concepto “fundamentalismo” al mundo árabe siendo que en realidad es una definición surgida para calificar a cristianos. El fundamentalismo es, según Ratzinger, en su sentido originario, una corriente surgida en el protestantismo norteamericano del siglo XIX, la cual se pronunció contra el evolucionismo y la crítica bíblica y que, junto con la defensa de la absoluta infalibilidad de la Escritura, intentó proporcionar un sólido fundamento cristiano contra ambos. Cabe preguntarse cuál es el concepto para definir a los católicos que alentados por una bula papal de Alejandro VI invadieron Latinoamérica y arrasaron con esplendorosas civilizaciones como la inca o maya, y cometieron un genocidio contra los súbditos de estos y otros imperios, además del saqueo e imposición de una nueva religión por la fuerza de la espada, y todo ello en nombre de algo tan abstracto como su Dios. Mas que el fanatismo equiparable que Ratzinger ve entre la teología de la liberación, el terrorismo islámico y terrorismo marxista occidental, lo que sí se discierne con claridad es con qué facilidad algunos farsantes se aprovechan de las supersticiones “divinas” para apetencias bien terrenales, en nuestro caso –cuándo no- el divinizado zoquete.
Aunque Ratzinger se extiende en su obra sobre los fundamentalismos ajenos, no se caracteriza por ver la viga en el propio ojo precisamente. Como con bastante elocuencia lo ha dicho la red de Mujeres Católicas de América Latina en uno de sus comunicados: cuando hablamos de fundamentalismo nos referimos justamente a la posición expresada por Ratzinger. Todo su escrito es un acto de intolerancia, fanatismo, intento de volver al pasado, resistencia ante todo cambio, intento de imposición de la propia perspectiva como la única aceptable, rechazo al pluralismo, desconocimiento de la evolución en todos los ámbitos, rechazo a toda novedad, pánico ante la diversidad
LA NEGRA HISTORIA CATÓLICA EN ESTADOS UNIDOS
Durante la guerra fría, hasta que murió en 1958, el mandato de Pio XII se caracterizó por el respaldo fanático que dio a la guerra fría contra la URSS.
La Iglesia Católica se convirtió en el grupo de presión religioso más poderoso de Estados Unidos. En 1945 el catolicismo se erigió como la primera religión por el número de miembros en treinta y ocho de las cincuenta ciudades norteamericanas más grandes. Para triunfar en el mundo había que ponerse siempre al servicio de los más poderosos y en 1945 ese papel le correspondía a Estados Unidos.
El hombre que dio impulso político a los católicos norteamericanos fue el sacerdote Hecker, quien sostuvo que a fin de progresar en Estados Unidos, la Iglesia Católica debía hacerse norteamericana. Esto dio lugar una manera peculiar de catolicismo conocida como catolicismo norteamericano, que primero fue desairado por el Vaticano luego tolerado, y finalmente alentado en la forma en la que se levanta hoy.
Durante la II Guerra Mundial la Iglesia Católica construyó un ejército católico de capellanes, que, desde unos escasos 60 antes de Pearl Harbor, subió a 4.300 en 1945. Monseñor Spellman fue designado Vicario Militar del Ejército y Capellanes de la Armada ya en 1940.
Para lograr sus objetivos la jerarquía católica utilizó la Conferencia Nacional Católica de Bienestar, cuyo primer gran ataque organizado contra el comunismo se lanzó en 1937, cuando su Departamento Social hizo un detallado estudio del movimiento comunista en Estados Unidos, seguido por la creación en cada diócesis de un comité de sacerdotes para seguir el progreso de los comunistas e informar de todo ello a la Conferencia Nacional Católica de Bienestar. Las escuelas católicas, los obreros católicos, profesores, etc., tenían que delatar cualquier actividad de los comunistas y se les mantenía abastecidos con panfletos anticomunistas, libros y películas, mientras los sacerdotes eran enviados a la Universidad Católica de Washington para hacerlos expertos en ciencias sociales. La prensa católica se inundó de propaganda y artículos anticomunistas, mientras se alertaba continuamente a los obreros y a los estudiantes católicos para que no cooperaran con los comunistas.
Esta campaña no era sólo teórica, sino que entró en la esfera sindical. En 1937 el cardenal Hayes creó en Nueva York una organización especial para combatir el comunismo entre los obreros, así como la Asociación de Sindicalistas Católicos para llevar la guerra católica a los sindicatos. Además de esta Asociación había muchas otras dedicadas a la misma tarea, como la Alianza Católica Conservadora del Trabajo y el Grupo de Trabajadores Pacifistas Católicos.
EL FASCISMO CATÓLICO EN ESTADOS UNIDOS
Cuando en 1933 alcanzaron el poder, los nazis crearon redes de infiltración por todos los países del mundo. En Estados Unidos crearon varias organizaciones y apoyaron a las que ya existían.
Pero los servicios secretos alemanes detectaron que no existía un dirigente con carisma para sus necesidades. En 1937 uno de los candidatos a dirigir a los nazis en Estados Unidos fue el sacerdote católico Charles E. Coughlin, dirigente de la organización fascista denominada Frente Cristiano que hacía propaganda a favor del III Reich en Royal Oak, Michigan.
La carrera fascista del padre Coughlin comenzó en la década de los años 20 con un programa por la emisora local de radio de Detroit. Durante la depresión (1929) se convirtió en el portavoz del incipiente movimiento fascista de Estados Unidos y dirigente de la Unión Democrática por la Justicia Social. Admirador confeso de la Alemania hitleriana, su política antiobrera y racista fue apoyada por altos círculos capitalistas y católicos.
En 1938 el Frente Cristiano tenía 200.000 afiliados. Al año siguiente, su revista, La Justicia Social, era seguida por un millón de lectores y, además, el sacerdote tenía programas de radio semanales con más de 47 estaciones y 4.000.000 de oyentes. La prensa imperialista daba amplia cobertura a la bazofia racista del cura: por ejemplo, el 28 de noviembre de 1938 el New York Times publicó en primera plana un artículo de corte antisemita escrito por Coughlin.
El Frente cristiano, el Bund germano-americano, el Christian Mobilizers, los Camisas de plata y otros, se manifiestaban por las calles de Nueva York, Boston, Filadelfia, Cleveland, Akron y otras ciudades, agrediendo a mujeres y hombres al más puro estilo de las camisas pardas en Alemania.
El 13 de enero de 1940 el FBI detuvo a 17 miembros del Frente que planeaban asesinar a un docena de diputados, así como a judíos, y asaltar 16 oficinas de Correos, almacenes y armerías de Nueva York. Sus municiones habían sido robadas a la Guardia Nacional. Reconocieron que Coughlin era su máximo dirigente. Como el juicio fue amañado, todos fueron absueltos.
Pero la organización de Coughlin nunca logró convertirse en el movimiento de masas que los hitlerianos pretendían para Estados Unidos.
Uno de los contactos de Coughlin era Anastase Andreievitch Vonsiatsky, antiguo funcionario zarista que tras la Revolución de Octubre en 1917 pasó a vivir en Thompsen, Connecticut. En 1933 Vonsiatsky fundó el Partido Nacionalista Revolucionario Ruso cuyo emblema era la esvástica nazi. El cura y Vonsiastsky conspiraron con el III Reich para provocar un golpe de Estado fascista en Estados Unidos...
La legión de la decencia
En vista de la inmensa importancia que el cine se ha asegurado en la sociedad moderna, una de las metas primordales de la Iglesia Católica norteamericana ha sido la de controlar una industria cuyo poder para influir en las masas es inigualable.
Pío XI escribió una encíclica sobre el asunto, Vigilante Cura, publicada en 1936. Habiendo comprendido el poder de las películas para influir en los millones la jerarquía católica norteamericana decidió intervenir, porque como expresó Pío XI, la cinematografía con su propaganda directa asume una posición de influencia imponente.
El deber de los católicos era boicotear las películas, los individuos y las organizaciones que no se ajustaran a los principios de la Iglesia. La Legión para la Decencia fue calurosamente alabada por el mismo Papa: Debido a su vigilancia y debido a la presión que se ha efectuado sobre la opinión pública, la cinematografía ha mostrado mejoras (Vigilante Cura).
En 1927 la presión era tan intolerable que ciertos productores sometían los guiones a la Conferencia Nacional Católica de Bienestar para la aprobación de mensajes y escenas antes de empezar el rodaje.
La Legión para la Decencia asumió ese nombre en 1930. Ese mismo año redactaron el Código de Producción, que los jesuitas Daniel A. Lord y Martin Quigley presentaron a la Asociación de Productores de Cinematográficos. El Código estaba destinado a aconsejar a los productores qué filmar y qué no filmar, a advertir lo que la Iglesia Católica aprobaría y lo que boicotearía.
En algunas ocasiones la Legión para la Decencia, al condenar ciertas películas antes o durante la producción, causó importantes pérdidas a las productoras cinematográficas y a los actores. Esto ocurrió cuando la Iglesia Católica a través de la Legión para la Decencia, condenó la película Forever Amber, que había costado cuatro millones de dólares.
Siguiendo esta evaluación negativa de la Legión, numerosos obispos en todos los Estados denunciaron la película y, como informó la revista Variety en diciembre de 1947, algunos exhibidores solicitaron rescindir sus contratos. Después de ganar más de 200.000 dólares en la primera quincena de exhibición, los ingresos de la película cayeron considerablemente, debido a la censura. La 20th Century Fox Company tuvo que apelar a la jerarquía católica de Estados Unidos que impuso condiciones, supuestamente para preservar la moral católica. La compañía tuvo que someterse a los cambios impuestos por la Legión para la Decencia a fin de quitar a la película de la lista de condenadas. La productora no sólo tuvo que apelar al Tribunal católico para que revisara la decisión según los criterios católicos, sino que, además, el presidente de la corporación, Spyros Skoura, tuvo que pedir disculpas por las primeras declaraciones de ejecutivos de Fox criticando a la Legión por condenar el film.
Así una gran multinacional cinematográfica tuvo que someterse a un tribunal establecido por la Iglesia Católica, situándose por encima de los tribunales de Estados Unidos, juzgando, condenando y estipulando, no según las leyes del país, sino según los principios de una Iglesia que, gracias al poder de sus organizaciones, puede imponer sus criterios y, por consiguiente, indirectamente, influenciar a la población no católica.
El caso de la Fox no fue el único. Hubo otros no menos notables. Para citar un caso similar: durante este mismo período la compañía Loew reiteró el despojo hollywoodense de los diez escritores, directores y productores comunistas prohibiendo la película más brillante de Chaplin, Monsieur Verdoux, en sus 225 cines de Estados Unidos después de una protesta de los Veteranos de Guerra católicos porque el trasfondo de Chaplin es antinorteamericano y porque él no ama a los Estados Unidos de América. Poco antes, la Legión Católica para la Decencia forzó la suspensión temporal de The Black Narcissus, una película británica que reflexionaba sobre las monjas católicas.
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